Hay situaciones en nuestro trabajo y en nuestra vida en las que no sabemos si seremos capaces de superar el reto que tenemos delante, por su dificultad, por ser la primera vez que nos enfrentamos a él, o porque nuestro estado físico o emocional no es el adecuado y no podemos ver y pensar las cosas con la claridad necesaria.
En esos momentos de duda debemos intentar no perder de vista el objetivo. Y si no nos vemos capaces de alcanzarlo por nuestros propios medios, no nos debe temblar la voz para pedir ayuda.
Pedir que nos ayuden no es un signo de debilidad ni de fracaso. Muy al contrario, es una señal de inteligencia y sensatez. "Oye, no voy a poder con esto solo, échame una mano". Ser capaz de pronunciar estas palabras es una manifestación clara de madurez.
Pero si importante es ser capaces de darnos cuenta de que necesitamos ayuda y pedirla, más importante si cabe es saber recibirla.
Si alguien ha decidido que somos lo suficientente importantes como para dedicar su tiempo y esfuerzo a ayudarnos, debemos intentar sacar el máximo provecho.
Cuando alguien nos ayuda de verdad nos dirá cómo cree que debemos hacer las cosas, cuáles le parece que deben ser los pasos a dar para solucionar nuestro problema o la forma más adecuada de superar el reto o el obstáculo que tenemos delante. En ocasiones tendremos que oír cosas que no queremos o no nos gustan, que nos estamos equivocando, que ese no es el camino. Pero si somos inteligentes y apreciamos la ayuda que se nos está brindando, debemos escuchar y reflexionar sobre todo esto que se nos dice y darnos cuenta de que esa persona que nos está echando una mano quizá tiene razón.
Debemos tener cuidado en elegir a quién pedimos que nos ayude y de quién aceptamos apoyo y consejo. Pero si alguien decide que quiere que salgamos adelante con su ayuda, lo mínimo que podemos hacer es prestarle atención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario