"Es que son fiestas". Esta frase parece justificarlo todo en este país. ¿Que las calles de media ciudad están cortadas al tráfico, con el caos circulatorio que eso produce? Es que son fiestas. ¿Que hay música a unos volúmenes absolutamente demenciales hasta unas horas en las que a muchos locales de ocio se les multaría? Es que son fiestas. ¿Que las calles están llenas de porquería, incluídas botellas, vasos rotos, vomitonas y algún individuo que no ha sido capaz de llegar a su casa? Es que son fiestas. ¿Que los responsables y causantes del ruido, la música y los petardos, no tienen el más mínimo respeto por trabajadores que madrugan, niños pequeños o personas enfermas? Es que son fiestas.
Quisiera yo ver a algún festero bramando porque su abuela ha tenido un infarto y la ambulancia no puede llegar por las calles cortadas. Es que son fiestas. O que su casa se incendie, o que su hijo esté enfermo y no pueda descansar por el ruido, o que su madre tenga una crisis de migraña y tenga que soportar pasacalles madrugadores, mascletás perpetuas y discotecas móviles interminables. Ah, ahora usted jódase, es que son fiestas.
Las fiestas populares están muy bien, pero no puede torturarse durante una semana a quienes no quieren o no pueden participar en ellas. Tienen que establecerse mecanismos de orden y control y el que quiera participar, que lo haga, pero asegurando que la vida diaria de quienes no quieren, no se vea alterada.
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